Cuando la solución es el problema

Todos conocemos a alguien que busca una vivienda como agua de mayo. Y no es para menos, ya que la población de Baleares ha aumentado exponencialmente en los últimos años. Este crecimiento implica, lógicamente, que cada vez más personas necesiten un hogar donde vivir y ser felices.
Sin embargo, esta situación se vuelve insostenible cuando el precio del alquiler supone el 90% de un salario, lo que hace prácticamente imposible que una familia monoparental acceda a un hogar. Lo que antes era un derecho, hoy es un privilegio al alcance de unos pocos.
Toda esta problemática podría resolverse con un ingrediente que brilla por su ausencia en la mayoría de los programas políticos: el sentido común. Ironías de la vida, este parece ser el menos común de los sentidos.
Según diversas fuentes, el coste de construir un edificio residencial oscila entre 1.000 y 1.800 euros por metro cuadrado. Si tomamos un edificio de 10 alturas con 1.000 m² por planta (10.000 m² en total), la inversión estaría entre 10 y 18 millones de euros. Sin embargo, el retorno de la inversión en alquiler o venta podría superar el 300%, lo que permitiría reinvertir esos beneficios en más viviendas.
Si aplicáramos el sentido común, podríamos reinvertir el 200% de esos beneficios en la construcción de más viviendas, generando así una cadena sostenible que permitiría reducir la escasez de viviendas en Baleares.
Pero, como indica el título de este artículo, la solución es el problema. Porque el dinero necesario para solucionar esta crisis está en manos de quienes deciden en qué se gasta y en qué no. Y los presupuestos están gestionados por políticos con idearios que parecen distantes de las necesidades reales de la ciudadanía.
El Ayuntamiento de Palma, bajo el mandato del excelentísimo señor Jaime Martínez, sigue sin mover ficha respecto a la crisis de vivienda en la capital. Para colmo, en lugar de ofrecer soluciones, su administración prohibirá que quienes no pueden pagar un alquiler vivan en caravanas. Según su criterio, una caravana no es un lugar digno para vivir, pero dormir en un banco de la calle sí lo es.
Resulta, cuanto menos, curioso que alguien que, según el portal de transparencia, posee ocho inmuebles a su nombre, tenga la osadía de negar a sus ciudadanos la posibilidad de buscarse la vida de la forma más digna posible.
Por lo tanto, la solución sigue siendo el problema.