DESAVENENCIAS EN EL GOBIERNO

La pobreza pertinaz como ocurría con las sequías de antaño, olvidadas por el momento por las copiosas lluvias de esta primavera- en el debate político español, remite por necesidad a otro de los fenómenos que constituyen seña de identidad en nuestro país y que no es otro que la tendencia a la endogamia.
Enredados como estábamos en la controversia respecto del apagón eléctrico, que el gobierno no parece muy proclive a comunicar ni a resolver sus causas -quizás porque sus soluciones no les resulten ideológicamente convenientes-; miles de ciudadanos atrapados en trenes que no llegan a su hora ni parecen conducir a ninguna parte, como si se tratara de un relato surrealista; el rosario de cuentas -y cuentos, si no fueran ciertos, que lo son de la locuacidad whassapeadora de esa pareja de conveniencia que un día fueron Sánchez y Ábalos, suponen, palada tras palada de tierra, el entierro que tapa las cuestiones que de verdad importan y que nos deberían interesar por encima de éstas: el debate de lo que somos y lo que estamos llamados a ser como sociedad.
Y no se trata de que me sitúe en una clave fundamentalista u ontológica, pero resulta que el asunto recordado por el actual presidente de los Estados Unidos, pero que viene desde los tiempos de Barack Obama, respecto de que ese país abandonaría más pronto que tarde de ejercer el papel de protector de nuestra seguridad, nos formula el interrogante de si podremos en adelante hacer compatible el importante estado del bienestar adquirido en tiempos como éstos, en los que la generación del baby boom de los años 60 se va jubilando, además de exigiendo numerosas prestaciones médicas y asistenciales, disparando así el gasto corriente de los Estados europeos.
La partida presupuestaria destinada a Defensa, ni es un guarismo que pueda resultar desdeñable, ni tiene el carácter anual al que se refieren otros aspectos del presupuesto. Por eso sorprende que no sean objeto de un acuerdo previo por parte del gobierno y tampoco sean debatidos en el parlamento. Pero esto es España, y el ejecutivo presidido por Pedro Sánchez ha sido incapaz de aprobar un sólo presupuesto en esta legislatura, prorrogando invariablemente las últimas cuentas públicas aprobadas por una cámara que, por no ser la misma que la actual, no tiene porqué reconocerse en aquéllas cifras. Esta idea, que se diría más bien técnica, no deja de tener su importancia políticamente como ha sido puesto de manifiesto por alguna doctrina constitucional, como es el caso del profesor Eloy García.

Pero, como se advertía anteriormente, para que el gobierno lleve el debate al parlamento, debería con carácter previo llegar a un acuerdo en el seno del propio ejecutivo, lo cual se antoja cuestión de difícil digestión, y no sólo por el exceso de la moralina anti-belicista de la extrema izquierda alojada en el Consejo de Ministros, sino también por un partido socialista que, más allá de su afán por resistir en el poder, ha radicalizado también sus posiciones. Habría que admitir que, superado este difícil trámite del acuerdo intra-gubernamental, quizás el PNV no pondría reparos a su aprobación parlamentaria, que Junts se conformaría con negociar una cuota de la ampliación inversora para las empresas catalanas, que Bildu obtendría algún beneficio penitenciario más para sus presos etarras y que ERC negociaría alguna cuestión más para Cataluña y el catalán. Quedaría, eso sí, la sima abierta en el comunismo de Sumar y Podemos, que es asunto de difícil denominador común favorable al incremento presupuestario en materia de Defensa.
Por eso alguna opinión ha planteado la idea de desplazar el asunto del debate presupuestario al plurianual en Estados Unidos el horizonte de las inversiones en materia de Defensa es de cuatro años, lo que permitiría a Pedro Sánchez sortear la compleja carrera de obstáculos que se le presentan a través de una negociación abierta y desacomplejada con la principal fuerza política de la oposición. Un acuerdo de ampliación del gasto a cinco años vista podría constituirse en la mejor solución.
Muchas veces he escrito y lo sigo pensando, por supuesto- que España es, como ocurre con otros países del norte de Europa, el escenario privilegiado para una gran coalición, capaz de acometer las reformas que precisamos en el horizonte próximo del 50º aniversario de la Constitución de 1978. Pero seguimos siendo el espacio de la polarización, del fracaso de las políticas públicas y de los debates estériles. Un país en el que el sol nunca se pone sin que los diagnósticos compartidos queden aplazados, los asuntos no se aclaren y las responsabilidades no se asuman.
De modo que seguiremos enquistados en ese debate, sin acuerdos y con soluciones de alquimia presupuestaria que no constituyen respuestas sino paradas de balón hacia delante.
Pero no hay que preocuparse demasiado. Después de afrontar el pago de nuestros impuestos disfrutaremos de nuestras vacaciones y apagaremos los aparatos de televisión cuando nos informen acerca del desprecio de un tal Putin hacia la integridad territorial de un país amigo, constatando que eso está tan lejos de nuestras fronteras que no nos afecta.