LA NUEVA (Y LA VIEJA) ARGAMASA

Refieren Fernando del Rey y Manuel Alvarez Tardío en su ensayo histórico sobre la primavera española de 1936, Fuego Cruzado, toda vez que el Frente Popular se alzaba con la victoria en las elecciones celebradas entonces, que “con independencia de cuánto hubiera de cierto en el peligro falangista, se trataba de una argamasa muy potente para mantener unidas a unas izquierdas a las que separaban otras muchas cosas”.
Siguen los citados autores con sus reflexiones, afirmando que “no se pedía la disolución de Falange, sino que ‘fascista’ era todo lo que estaba a la derecha del Frente Popular. Mencionaban expresamente tres ‘organizaciones fascistas’: Falange Española, JAP, Requetés Tradicionalistas’. Así, para los comunistas, los jóvenes del principal partido de la derecha católica, los japistas. e incluso cualquier otra organización de ‘éste jaez’ entraban en el pistolerismo ‘reaccionario’. Y como los ‘cuerpos represivos’ y los jueces no estaban actuando implacablemente contra aquellos, no cabía otra que crear fuerzas populares armadas”.
No pretendo formular una similitud entre ese trimestre de la historia política española, precursora del estallido de la guerra y la época que estamos viviendo. Sería forzar el ejemplo que proporcionan los hechos que en su día acaecieron y los que acontecen ahora, además de demeritar la idea -cierta- de que somos las personas del presente las que decidimos nuestros destinos y no unas pretendidas sombras del pasado que se cernirían sobre nosotros, impidiéndonos el ejercicio de nuestro propio albedrío.
Es también cierto que -como señalaba Jaime Gil de Biedma en el quizás más citado de sus poemas, que la historia de España siempre termina mal, porque tampoco eso resulte inevitable. Pero lo que no presumíamos algunos, instalados sin duda en el error, era que los malos modos y maneras de alguna formación política se reprodujeran con el paso del tiempo, a pesar de que ya parecía haberse operado en ellos un cierto aggiornamento con los nuevos tiempos políticos.

Y si consideramos que el PSOE del Congreso de Suresnes del año 1974 había dejado atrás aquel socialismo histórico desconectado de la realidad, el que ni siquiera apelaba al retorno de la República de 1931 -que tuvo la oportunidad, y la perdió, de integrar en un mismo régimen democrático a todos los españoles-, sino a ésa de la citada primavera de 1936, precedida de manera ominosa por la revolución de Asturias de octubre de 1934.
No conviene olvidar, en el mismo sentido propuesto, que el socialista histórico desalojado en Suresnes por el emergente pacto del Betis sería Rodolfo Llopis, el diputado del PSOE que, en un significativo debate parlamentario en abril de 1936, afirmaba que la violencia que aquejaba a toda España se atajaba de forma sencilla, ya que tenía un sólo culpable: las derechas.
De manera que, a la pregunta del Nobel Vargas Llosa (“¿cuándo se jodió el Perú, Zavalita?), en Conversación en la Catedral que, referida al caso de nuestro país, algunos habíamos contestado que, seguramente, en el año 2004, cuando Rodríguez Zapatero se hacía con la presidencia del gobierno y ponía en marcha la operación del resentimiento y la revancha de la llamada Memoria Histórica, habría que reformular -creo- la respuesta. Y no para des endosar la responsabilidad en el caso del político leonés -que, por cierto, no rectifica-, sino para enmarcarla en un discurso histórico, más o menos advertido, del partido socialista, del peor partido socialista, que hizo, como ahora hace, del sectarismo su única contribución al debate político,
Y no es que Vox equivalga a Falange -aunque su deriva populista y sus autoritarios socios internacionales emitan una particular inquietud; o que el PP sea la CEDA, aunque sus posiciones se producen con los perfiles regionales de las Comunidades Autónomas en las que opera, y que su discurso nacional se defina en un no-discurso, un sumatorio de determinaciones locales y de ideologías diversas que lo convierten sólo en una maquinaria para el acceso al poder.
Lo que sí parece persistir con el paso del tiempo -cerca ya de los 100 años desde la época de nuestra Segunda República- es un partido que practica la fabricación de la argamasa -una agregación, recordémoslo, de cal, arena y agua- que viene a considerar a la extrema-derecha y a la derecha en un totum revolutum enemigo de la democracia. Situada así la oposición al socialismo extramuros del sistema, los únicos demócratas lo serían los socialistas, los comunistas y sus socios independentistas, incluido el sangrante -entre otras cosas por la sangre que sus epígonos han ocasionado- ejemplo de Bildu.
A ese lado del muro, se encuentran -de acuerdo con la tesis del socialismo gobernante- los pretendidos demócratas que están obsesionados sin embargo en desmontar la democracia; al otro lado, las derechas fascistas y para-fascistas -la llamada fachosfera, algunos de los cuales quieren mantener ese régimen de 1978 siquiera con el objetivo de modificarlo por el procedimiento reglado en la Constitución vigente.
A este lado de la pared los se encuentran en realidad los que vacían por dentro el edificio construido por quienes hicieron la transición, al otro los que no se atreven a ofrecer una respuesta, o los que se atreven tanto que se diría desbordan los términos de la convivencia, con el peligro de establecer un marco de juego que acabe construyendo un nuevo muro. La nueva argamasa es en suma bastante vieja. Convendrá sin duda advertirlo si no queremos que las palabras del más arriba citado poeta sean, más que un bello encadenamiento de ideas, siquiera triste, una predicción de inexorable cumplimiento.